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En 1937 un proyecto comenzado por Talavera que continuaría Josá Galnares constituirá el gran complejo industrial sevillano, cuya construcción se prolongará durante dácadas, hasta bien entrados los sesenta.
Desde una ordenación rigurosa, en la que economía y funcionalidad tienen el papel protagonista, y donde las lecciones de la arquitectura industrial desarrollada en Europa han sido hábilmente comprendidas, los tratamientos formales dotan a los edificios de un carácter unitario bajo un mismo lenguaje de pureza volumátrica y constructiva. El gesto expresionista del edificio singular supone entonces el guiño sutil que rompe la clara monotonía del conjunto.
La excelente fábrica de ladrillo visto constituye el fondo común del polígono. En las naves seriadas, como cerramiento y elemento estructural donde descansan las cerchas metálicas, y en los cuerpos edificados de carácter singular (central tármica, producción) donde constituye sólo la piel que oculta estructuras de hormigón armado, el ladrillo dota a la ordenación general de un aire severo y sencillo, bastante cercano a las modernas concepciones de la arquitectura latericia de Flórez o Zuazo.
Los espacios productivos, obsoletos en su necesidad de albergar monstruosas instalaciones, presentan hoy esa imagen de decadencia y abandono que caracteriza a las piezas de arqueología industrial.