El término municipal de Écija presenta una superficie de 974 kilómetros cuadrados, caracterizado por una disposición de terreno llano alterado por pequeñas ondulaciones que rompen la horizontalidad del paisaje. Situado a una altitud entre los 70 y 300 metros sobre el nivel del mar, sus terrenos quedan configurados dentro de la Depresión Bética, con génesis terciaria y cuaternaria, siendo los suelos dominantes las margas amarillentas y grises, calizas blancas, silíceas y tierras areno-limosas con cantos rodados. Se encuentra atravesada de Este a Oeste con dirección Norte por el río Genil, con un caudal muy irregular que recibe su principal aporte de los deshielos estivales de Sierra Nevada y de las lluvias.El casco urbano de Écija se sitúa sobre el margen izquierdo de la terraza baja del Genil; presenta una topografía en ligera pendiente entre la terraza alta y la baja, que ha sido origen frecuente de inundaciones, siendo la única elevación destacable el Cerro del Alcázar (114 m.s.n.m.), situado a unos 16 metros sobre el río. Esta situación en depresión escasamente defendible, ha sido la causa de su desarrollo en épocas de paz y replegamiento en etapas inciertas.
En lo referente a la Prehistoria ecijana, hay un considerable vacío de datos debido sobre todo a la falta de excavaciones e investigaciones arqueológicas, debiéndose buscar la causa en la monotonía del paisaje y la inexistencia de una topografía llamativa para la detección de yacimientos arqueológicos. Según se desprende de las escasas investigaciones realizadas, en la comarca astigitana debió vivir una población paleolítica de cazadores-recolectores, análoga a la de las comarcas de Loja, Puente Genil o Palma del Río. Sus elementos más antiguos corresponden a culturas iniciales de graveras, caracterizadas por la presencia de complejos líticos de cantos rodados, quedando enmarcados cronológicamente dentro del Pleistoceno Medio. Éstas evolucionarán durante el Pleistoceno Superior a industrias de cantos tallados evolucionados y piezas sobre lascas.
El Neolítico supuso una gran revolución cultural y económica, en base a la conquista de la producción agrícola-ganadera, con tendencia al sedentarismo e invención de la cerámica. El neolítico ecijano podría estar asimilado dentro del círculo del Bajo Guadalquivir, siendo un aspecto relevante de éste la cerámica llamada a la almagra. Dentro de este horizonte se observa que, mientras la domesticación fue más temprana que en otros círculos hispanos, la agricultura cerealista no fue autóctona, sino introducida por los neolíticos levantinos en la segunda mitad del V Milenio. La ubicación de los yacimientos neolíticos en Écija se localizan a las orillas del Genil, río Blanco, arroyos y lomas del término.
El horizonte Calcolítico presentará una serie de transformaciones importantes respecto al Neolítico: explotación minera y metalúrgica del cobre y oro, hábitats con cabañas circulares con techumbres de barro y ramajes, enterramientos colectivos frente al individual del horizonte anterior, aparición de la industria textil, nuevas formas cerámicas, etc. La campiña ecijana estaría integrada en el círculo cultural megalítico de la Sierra Norte de Córdoba. Aunque ésta presentará técnicas de construcción funeraria distintas a las de este horizonte debido a la geología de la campiña y a la falta de material para la construcción de tholos funerarios o silos, de los que se han localizado varios como los de Fuentidueñas, La Laguna, el Mocho, el Cascajo, etc... Queda por contrastar si fueron utilizados como enterramientos o como silos para el almacenamiento de grano. Otros restos calcolíticos hallados en el término ecijano son piezas cerámicas, como el vaso campaniforme y flechas de cobre tipo Palmela.
Los datos referentes al Bronce Pleno en la campiña son parcos, con pocos puntos de apoyo que sustenten una ocupación de este sector durante esta Edad de la Protohistoria. Será en el periodo Orientalizante cuando se pondrán las bases del poblamiento en el casco urbano de Écija. Las recientes excavaciones efectuadas en el cerro del Alcázar han documentado restos constructivos y cerámicas orientalizantes con una cronología del siglo VIII a. C. Este hecho ha puesto de manifiesto la entidad del hábitat durante este periodo protohistórico, siendo éste un lugar que facilita la defensa gracias a su topografía, quedando enmarcado por el río Genil y el arroyo Matadero. El poblamiento debió mantenerse durante la posterior época turdetana siendo este núcleo originario al que hace referencia Plinio bajo el nombre de Astigi Vetus .
Si es durante el siglo VIII a. C. cuando se crean las bases del poblamiento local, no será hasta el año 14 a.C., con la fundación de la Colonia Augusta Firma Astigi , cuando tenga lugar un cambio importante en la concepción urbanística de la ciudad. Esta fundación, recogida en fuentes clásicas como Plinio, se fundamenta en aspectos económicos y estratégicos: la riqueza agrícola de la campiña astigitana, su situación en un importante cruce de caminos de toda la Bética, el peso que tuvo el Singilis como vía fluvial para la salida de productos agrícolas hasta Roma a través del Mediterráneo, para ello, se dividió el territorio en centurias y se repartió entre los colonos romano-itálicos procedentes de la deductio (licenciados del ejército). Gracias a ello, pronto se convertirá en una de las principales ciudades exportadoras de aceite y cereal de toda la Bética. En cuanto al topónimo Colonia Augusta Firma Astigi , el término Colonia se refiere al status jurídico de Astigi, el cognomina colonial Augusta significa que es una fundación colonial, ya sea del propio Augusto o de alguno de sus sucesores; el cognomen Firma expresa una variedad de conceptos como esperanza, lealtad, fidelidad, etc.
Aunque tuvo su origen en la Astigi Vetus, la planificación urbanística de la Astigi romana fue creada ex novo . Fue realizada a partir de un parcelario urbano ortogonal dispuesto en función de dos ejes principales: el Decumanus Maximus –con una orientación Este-Oeste-- y el Kardo Maximus –con una orientación Norte-Sur--, encontrándose el Foro en el cruce de estas dos vías, el cual fue documentado arqueológicamente en parte en las excavaciones arqueológicas realizadas en la Plaza de España (El Salón). A partir de las vías ya mencionadas, se fueron trazando calles paralelas y perpendiculares hasta quedar un plano reticulado con unas dimensiones de 78 Ha., formando manzanas en las que se ubicaban las viviendas. A través de testimonios literarios de la Edad Media, sabemos que el trazado de la primitiva cerca romana era de doble paramento, construido en piedra y de gran envergadura. El único testimonio documentado arqueológicamente consiste en un núcleo de opus caementicium localizado en la calle Juan Páez 5 y 7, delimitando un recinto con un perímetro de 3.200 metros. Extramuros de la ciudad se localiza la corona de necrópolis, teniendo constancia arqueológica de los recintos funerarios ubicados al Norte, Oeste y Sur de la Colonia .
A partir de la fundación augustea, Astigi experimentará un gran auge económico a través del comercio oleícola llegando a ser considerada una de las ciudades más importantes de la Bética. Acorde con su condición de capital del Conventus Iuridicus Astigitanus fue la planificación de las áreas forenses de la ciudad, algunos de cuyos elementos más significativos han visto la luz en las recientes excavaciones realizadas en el Salón: un centro de culto imperial con una superficie superior a los 9.000 metros cuadrados, rodeado de estanques monumentales en cuyo interior se han localizado importantes restos escultóricos, arquitectónicos y epigráficos; Al Sur de este recinto se extiende el Foro de la Colonia, pavimentado con grandes losas de caliza que ocupa un área de casi 20.000 metros cuadrados. Por último, un nuevo recinto público se localiza al Oeste del Foro Colonial, con una superficie de algo más de 5.000 metros cuadrados.
De la Astigi Tardorromana sólo contamos con parcos datos proporcionados por las intervenciones arqueológicas realizadas: se constata el retraimiento del perímetro de la ciudad cuyos ejes vertebradores se trasladan ahora hacia el norte, al entorno de la actual Parroquia de Santa Cruz -Sede Episcopal en época visigoda, atestiguada por el magnífico sarcófago de piedra hallado en el lugar en 1885-; así como el robo y saqueo del material constructivo de los grandes edificios públicos, materiales ahora reutilizados en estructuras domésticas.
Con la llegada de los musulmanes se introducen en la Bética los esquemas medievales, siendo Écija el primer lugar donde los árabes encontraron alguna resistencia visigoda después de la victoria del río Barbate. A partir de estas fechas, Écija constituirá la capital de una Cora o provincia, llamada Istichcha (“las ventajas se han reunido”). Será descrita por las fuentes árabes una y otra vez como una notable ciudad a orillas del Genil, con importantes mercados y rodeada de campos fértiles y amplias vegas.
Las líneas generales del urbanismo de la Madina eran herederas directas de la Astigi Imperial –recordemos que según las fuentes islámicas el recinto amurallado romano se mantuvo hasta que Abderramán III decretó su destrucción en el año 913, como medida de castigo a los ecijanos por su apoyo al rebelde Ibn Hafsun--, y sus rasgos más definitorios son aún rastreables por las huellas que quedan en la ciudad: manzanas irregulares, callejuelas estrechas y sinuosas, existencia de adarves, etc. La construcción de la muralla y del alcázar ocupando el sector sureste del recinto murado durante la segunda mitad del siglo XII, va a fijar los límites de la ciudad. Los restos de otras estructuras, bien domésticas o civiles, son hasta ahora poco conocidas. Más sorprendente resulta el hallazgo de una makbara localizada intramuros en las excavaciones arqueológicas realizadas en el Salón de un cementerio. Con una cronología que abarca desde el siglo IX al XIII, se encontraba situada en el centro de la Madina . Los arqueólogos la vinculan con la existencia de una mezquita localizada en un solar inmediato, donde hoy se encuentra el Convento de San Francisco o bien a espaldas de éste, en la parcela que posteriormente ocuparon las Carnicerías reales.
A la caída de la dinastía Omeya de Córdoba, el territorio de Écija es objeto de disputas entre tres Reinos de Taifas regidos por bereberes: la Carmona de los Banu Birzal, el Morón de los Banu Dammar y la Granada de los Banu Ziri, cayendo en manos de los Banu Abbad sevillanos, hasta que en 1240 pasa a formar parte de los territorios de la corona de Castilla.
Écija se sometió a partir de esta fecha a Fernando III mediante una capitulación, la cual garantizaba a los musulmanes no sólo salvar sus vidas y sus propiedades sino conservar su propio estatus jurídico, religión y autoridades fiscales. Fernando III confió su tenencia a su heredero el infante D. Alfonso, que a su vez la daría a su amigo D. Nuño González de Lara. Fue repoblada por cristianos que se ubicaron en un principio en la Calahorra o Alcázar, hasta que años más tarde al abandonar los musulmanes en masa la ciudad, se asentaron en ella los repobladores castellanos. Lo hicieron con arreglo a un Repartimiento que dividía la ciudad en cuatro collaciones en forma de cruz, inspirada por una clara idea religiosa, confirmada por el nombre y distribución dada a las parroquias: Santa Cruz, Santa María, San Juan y Santa Bárbara; a fines del siglo XIV, se le añaden dos collaciones más, Santiago y San Gil, que responden al crecimiento de los arrabales por el Sur y Este de la ciudad.
Será en el siglo XVI, al amparo de las nuevas corrientes renacentistas, cuando aparezca una nueva concepción urbanística. En ella será primordial un planteamiento de higiene urbana, de revitalización y embellecimiento de la ciudad, así como la ampliación de los espacios públicos y del trazado viario. Estas obras de infraestructuras y servicios públicos como el abastecimiento de agua a la ciudad, el establecimiento de mercados y hospitales, la apertura de plazas, se hacen, sobre todo, a costa de la trama urbana medieval. A lo largo del periodo comprendido entre los siglos XVI al XVIII, las transformaciones urbanísticas son escasas pero de excepcional importancia. El Concejo acometió, en el último cuarto del siglo XVI, la traída de aguas entendida como servicio público para el fomento de la higiene, al mismo tiempo que supuso una revolución estética por la construcción de fuentes ornamentales, como la Fuente de las Ninfas. Para asegurar la higiene urbana se crearon vertederos en varios puntos de la ciudad (en el Puente, el Valle, etc.) y se llevó a buen término la revitalización de varios trazados urbanísticos de la ciudad, como la creación de la Alameda y la reorganización de la Plaza de Puerta Cerrada, creándose un espacio abierto, y una alhóndiga y pósito para el pan, al igual que un mesón que atrajo a numerosos mercaderes y viajeros. La expansión económica de Écija durante el siglo XVIII repercutirá sobre todo en algunos linajes nobiliarios, posibilitando la realización de grandes obras privadas que junto con las construcciones faraónicas realizadas por la iglesia –sobre todo en Parroquias y Conventos--, otorgarán a la ciudad la fisonomía barroca que le dará fama.
En el siglo XIX, la invasión francesa y la agitación social y política llevarán a la ciudad a la decadencia. Se inicia así un proceso de sustitución de la arquitectura del pasado que llega a su punto culminante con la Desamortización de Mendizábal en 1836, la cual decretaba el desalojo de todos los conventos habitados por menos de veinte religiosos/as. Los inmuebles desalojados fueron sacados a subasta pública, y a veces incluso vendidos a precio simbólico. Aquellos edificios que no fueron vendidos inmediatamente quedaron a disposición del Ayuntamiento quien, cuando no decidía su demolición, lo destinaba a los más peregrinos usos. Durante la segunda mitad del siglo XIX, se inician los proyectos de modernización de la ciudad: es en estas fechas cuando comienza la política de ensanches de calles y alineaciones en el tortuoso viario medieval, derribándose puertas, arquillos y postigos.
La Écija del siglo XX se convertirá en una ciudad de servicios, en la que se promocionan viviendas de nuevo tipo para dar alojamiento a nuevas clases sociales.