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Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico

Edificaciones en la campiña


Edificaciones en la campiña

Introducción

Junto al Castillo de Alhonoz, de clara finalidad defensiva, y la Ermita de San Antón, devocional y con descripciones específicas en ambos casos, el territorio del término municipal de Écija poseía un censo de casi 180 edificaciones dispersas vinculadas a la explotación de dicho territorio en su doble vertiente cerealista y olivarera. Estos cultivos van a determinar la tipología de las edificaciones que se construirán a lo largo de la historia en un término de los más extensos de España, al menos hasta las sucesivas segregaciones sufridas en el mismo, especialmente en el siglo XVIII con el establecimiento de las Nuevas Poblaciones.

La vinculación de estas complejas construcciones a la gran propiedad es un caso bastante generalizado en Écija, en las que los propietarios solían residir durante dilatados espacios de tiempo en ellas, coincidiendo con los períodos de recolección o vacacional.

El papel del aceite como producto de consumo y comercial, justifica la distribución y evolución del olivar y sus construcciones, concentrándose en Écija en conexión con grandes núcleos mercantiles o como materia de exportación a ultramar. A partir del siglo XVIII, la situación del mercado y las comunicaciones promovieron su avance sobre terrenos desmontados y tierras calmas, conociendo en el XIX una espectacular expansión.

Estas edificaciones del olivar tienen como rasgo principal la inclusión de instalaciones para la elaboración del aceite, proceso que se realizaba en estos molinos dispersos antes de su definitivo traslado a las almazaras urbanas. Se trata, pues, de unidades agroindustriales que, en general, responden a actuaciones planificadas porque su circuito productivo se completa dentro del volumen construido. La mayoría se articulan en torno a patios, por su adecuación al ciclo de trabajo y en consonancia con los patrones de la depresión bética. En conjunto, sobresalen además por el grado de formalización de su obra y por la relevancia del señorío o residencia de los propietarios, trasunto de la rentabilidad de las explotaciones y de su habitual pertenencia a grandes hacendados. En Écija presentan estas construcciones una amplia variedad, alcanzando en algunos casos cotas de excepcional refinamiento constructivo, aunque el paso del tiempo y el abandono de la explotación olivarera ha reducido muchos ejemplares a la ruina.

Las torres de viga, algunas convertidas en azoteas miradores, las espadañas de las capillas y algunos señoríos, son hitos verticales que rompen la tónica horizontal de estas construcciones, aderezados de múltiples detalles decorativos de inspiración culta y urbana que les confieren un interés arquitectónico de primer orden. Mucho más populares son las edificaciones de viviendas para operarios en el entorno del patio de la “gañanía” así como dependencias para la labor, cuadras, tinaos, pajares, etc.

La tecnología empleada en estos molinos merece atención especial por su trascendencia arquitectónica en su evolución desde los métodos ancestrales a los industriales en todas sus variantes. Dichas instalaciones preindustriales conservan enorme valor etnológico que permiten estudiar este aspecto del devenir humano en la importante zona olivarera de Écija.

También el cortijo cerealista tiene su representación en el término ecijano, especialmente tras la crisis del olivar, que llevó en muchos casos a la adaptación de las almazaras a esta otra actividad productiva o bien al diseño de nueva planta. El cortijo cerealista está formado por una serie de edificaciones y espacios destinados a cubrir necesidades de habitación, de la propiedad o encargados, de una reducida población laboral estable y de otra, más numerosa, pero de carácter eventual en épocas de recolección. También se debían cubrir las necesidades del almacenaje de granos y alojamiento de ganados, complemento del binomio agricultura-ganadería que establecían los métodos de cultivo antes de la introducción de abonos inorgánicos y maquinaria. Estos cortijos cerealistas de secano se manifiestan como grandes conjuntos edificatorios horizontales de volúmenes simples, cerrados al exterior y abiertos al interior de los patios que articulan la circulación y sirven de eje para el crecimiento acumulativo que acaba por configurar los edificios. La era se establecía, preferentemente, en los aledaños del cortijo. Por último, la capilla para la atención espiritual, se situaba incorporada al conjunto constructivo.