Nacido en Fuente de Cantos en 1598, su historia personal está íntimamente relacionada con Sevilla, donde gozó en la primera mitad del siglo XVI de una gran fama. En 1614 ingresa en el taller del pintor Pedro Díez de Villanueva, para tres años más tarde establecerse en Llerena, no volviendo a la ciudad hispalense hasta 1626. En Sevilla debió conocer y tratar al joven Velázquez, con quien debió tener cierta amistad a juzgar por la relación que ambos tiene en Madrid, ciudad a la que acude Zurbarán para pintar los trabajos de Hércules para el Salón de Reinos, posiblemente por influencia de Velázquez, devolviéndole la ayuda el maestro extremeño al testificar en el expediente de nobleza y limpieza de sangre a favor del sevillano.
Las primeras obras de Zurbarán deben situarse en torno a 1626 y presentan un marcado naturalismo, con figuras ambientadas en un ambiente dominado por el fuerte contraste de luz y sombra, de la que se destacan de manera individualizada los objetos, plasmados con una gran precisión y calculo, en composiciones algo simples en su planteamiento, como se observa en las obras realizadas para el convento de San Pablo sobre la vida de Santo Domingo, destacando el cuadro de Santo Domingo en Soriano, de la parroquia de la Magdalena de Sevilla. Fuera de España, se encuentra una de las mejores obras de estos años sevillanos, como es un Cristo Crucificado fechado en 1627 del Instituto de Arte de Chicago, o la serie del mismo año de San Buenaventura, destacando los dos cuadros que se encuentran en el Museo del Louvre. De 1630 son su Cristo niño contemplando la corona de espinas o la Inmaculada del Colegio de Nuestra Señora del Carmen de Jadraque. Junto a esto destacar su faceta como bodegonista, en la que consigue plasmar una gran sencillez y espiritualidad.