Nacido en Granada en 1601 en el seno de una familia de artistas, puesto que su padre Miguel Cano era ensamblador, sus primeros pasos artísticos como pintor transcurrieron en Sevilla, ciudad a la que llegó con trece años, ingresando dos años más tarde en el taller de Pacheco (1616), donde convivió con el todavía aprendiz Diego Velázquez, a quien faltaba tan sólo un año para examinarse como pintor. Bajo el marco de esa "cárcel dorada del arte", que era la casa de Pacheco, debió surgir una amistad entre ambos, que se reafirmó años más tarde (1638) con la marcha del pintor granadino a la Corte, llamado por el Conde-Duque de Olivares para ser su pintor y ayuda de cámara, posiblemente bajo el beneplácito y recomendación de Velázquez. Se deduce que Cano debió conocer y tratar a los padres del joven Diego, pues señala que los conoció en el expediente de nobleza y limpieza de sangre para la concesión del hábito de caballero de Santiago, en el que aparece como testigo.
El lenguaje artístico del artista en sus años sevillanos sigue los dictados de Pacheco, junto con asimilaciones de la estética de otros pintores locales, caso de Francisco de Herrera el Viejo, Juan del Castillo o la rigidez y monumentalidad de Zurbarán, como se comprueba en la obra San Francisco de Borja, que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, fechado en 1624, dos años antes de su examen como pintor. En la Hispanic Society de Nueva York se encuentra el Retrato de un eclesiástico, obra que hay que fechar en torno a 1625, que acredita a Cano como el mejor retratista en activo que hay en Sevilla en estos años, marcados por la marcha de Velázquez a Madrid en 1623. En 1628 se contrató con Cano la ejecución de un retablo con pinturas dedicadas a Santa Teresa para el convento de San Alberto de Sevilla, donde sigue con el tratamiento monumental de las figuras.