Enlace a Junta de Andalucía (Se abrirá en una nueva ventana)

Enlace a Consejería de Cultura (Se abrirá en una nueva ventana)

Enlace a Consejería de Cultura (Se abrirá en una nueva ventana)

Consejería de Cultura


Clausuras

El edificio


Espadaña

A lo largo del siglo XVI el monasterio no sólo incrementó el número de sus religiosas, sino también el de bienhechores que con sus dádivas y limosnas permitían a la Comunidad dedicarse en cuerpo y alma a la oración, tal y como proponen los preceptos franciscanos. Sin embargo, las construcciones se fueron deteriorando y los continuos reparos no hacían más que incrementar los daños. Como solución al problema, a comienzos de la siguiente centuria, se decidió la remodelación y reconstrucción del inmueble. El 5 de mayo de 1615, el Ayuntamiento de Jerez, cedía un terreno, junto al monasterio, para su ampliación. Las obras debieron de comenzar por estas fechas, no restringiéndose sólo a los edificios sino también a la decoración de los mismos. De cualquier forma, hay que señalar, tal y como es habitual a lo largo de la historia, que los cambios de gusto estético hacen que retablos, pinturas y esculturas sean continuamente renovados, por lo que hoy la iglesia atesora un importante conjunto de bienes que pueden ser datados desde el siglo XVII hasta bien entrado el siglo XIX. De todas las personas que han participado en este largo proceso se ha de destacar la figura de doña Brianda de Villavicencio, viuda de don Ramón Ruiz Cabeza de Vaca, que colaboró con grandes cantidades a la ampliación del convento, así como al embellecimiento de la iglesia, por lo que se le considera su protectora principal.

La iglesia, cuya fábrica sobresale por encima de las modernas construcciones, llamando la atención el color de su piedra frente al blanco de los edificios colindantes, presenta una sencilla portada de acceso, abierta delante de un atrio que sirve, al mismo tiempo, de ingreso a la zona conventual.


Vista del presbiterio

Cratícula

En la actualidad la comunidad la componen nueve religiosas que siguen llevando una vida de retiro y oración. No obstante, ello no las condiciona para estar al día ni para ayudar a aquellos vecinos que lo necesiten. Estos últimos han sustituido los ruidos propios de la ciudad, por el apacible silencio en el que vive la comunidad, roto por los distintos toques de campana que marcan las horas de las actividades conventuales y los susurros musicales de los cánticos y oraciones de las hermanas. Pero no es éste el único regalo que del monasterio reciben los habitantes del barrio "El Ejido". A él habría que añadir, los distintos olores que se difunden por la población circundante, en los que aparecen mezclados los originados por las plantas que cuidan las hermanas, el incienso de las ceremonias solemnes y, posiblemente el más apetecible de todos, el procedente del obrador de la comunidad. En estos tiempos tan difíciles para la pervivencia de los monasterios de clausuras, no sólo por la falta de nuevas devociones, sino también por los escasos recursos económicos con los que cuentan, las religiosas del Convento franciscano de Madre de Dios, se han unido a la larga lista de monasterios que se dedican a labores de repostería como único medio de subsistencia. Ocupando las horas centrales de la mañana, la comunidad trabaja incansablemente en los dulces por encargo, así como en aquellos destinados a la venta a través del torno. Las especialidades de la casa, frutitas de almendras, tocino de cielo, cortadillos y masa real, se entremezclan con los de la repostería clásica de pastas de té, palmeras, hojaldres, bollos de leche, merengues y magdalenas. Un reducido, pero muy dulce, listado de exquisiteces que hacen que la visita al monasterio tenga una connotación muy especial.