Muy cerca de la Catedral, al final de la cuesta del Espíritu Santo se encuentra el convento del mismo nombre. Una pequeña puerta permite el paso al compás, pero antes de entrar en él es interesante observar la estructura semicircular que refleja al exterior el ábside de la iglesia. El color amarillento de la piedra y sus formas hablan de la antigüedad de su construcción. Esta debió ser la razón para que un viajero tan exigente como don Antonio Ponz, dijera, en la década de 1790, estar ante uno de los más interesantes conventos jerezanos. La sobriedad en la construcción y el recuerdo renacentista de su fábrica, tan alejada de los excesos barrocos, que tanto desagradan al ilustrado viajero, lo llevaron a realizar tal apreciación.
La entrada al compás se realiza a través de una sencilla puerta que desemboca en el compás del cenobio. A éste se abre la portada de la iglesia, la puerta reglar y junto a ésta el torno.
Más sencilla es la puerta reglar, en la que destaca un zócalo de azulejos colocado en el frente del torno, probablemente del siglo XVII.
A través de un pequeño tránsito se ingresa en el claustro principal del convento. Hace años el primitivo claustro fue vendido a la inmediata bodega de Domecq. Desde uno de los ángulos del claustro se accede a las diferentes dependencias conventuales, entre ellas sobresalen el refectorio o la Sala Capitular. Desde éstra última se accede al coro bajo y desde éste, para finalizar la visita, a la iglesia.