Nació en Jaén en 1588 y murió en Córdoba en 1654. Posiblemente se formó en Sevilla, pues en 1610 realiza en esta ciudad una serie de obras para don Carlos Abarte. Según Palomino, marchó a Madrid, donde completó su formación con Vicente Carducho.
Dieciocho años más tarde, en 1628, aparece en Priego de Córdoba, como protegido del Marqués de esta villa. Allí se casa con Catalina Garrido. Entre las obras que se conservan aún en la población se encuentran las pinturas y el dorado de los retablos de las naves laterales de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Ámbos presentan la misma estructura, siendo contratados, su parte arquitectónica, con Juan Fernández de Lara, en 1625 y 1627 respectivamente. En el primero, dedicado originalmente a San Pedro, hoy está presidido por San José, Cristóbal Vela realizó las pinturas de la Ánimas del Purgatorio, Jesús y María y la Inmaculada del Carmelo. El segundo, de la Virgen del Rosario, presenta los lienzos de San Juan Evangelista, San Jerónimo y la Anunciación entre San Antonio y San Francisco.
En 1631 se traslada a la ciudad de Córdoba, donde llegó a ser uno de los pintores más importantes del momento, y a ocupar importantes cargos como el de receptor, -censor de pinturas-, del Santo Oficio de la Inquisición. Aunque son muchas las obras que se tienen referencia documentales, son muy pocas las que han llegado a nosotros, si bien se le considera como uno de los introductores en la ciudad de la moda de pintar a los santos con el ropaje de la época, como queda de manifiesto en las pinturas de la iglesia de San Agustín.Según diferentes autores, a él se deben las escenas de la vida de San Agustín, el Tránsito de San José, los santos y profetas, el Nacimiento, la Adoración de los Magos y la Inmaculada del sotocoro. Parece ser que al contratarse a Juan Luis Zambrano, Vela abandonó la obra.
En la iglesia de Santa Marina, además de la decoración de la bóveda de la capilla del Capitán Alonso de Benavides, se localizan las pinturas de Santa Inés y la de San Miguel, atribuida esta última recientemente por su similitud con el cuadro del mismo tema que existe en la catedral.
Debido a su gran fama, en 1645 fue contratado para realizar las pinturas del retablo mayor de la Catedral cordobesa, actualmente repartidas por el templo metropolitano y en la Ermita de los Mártires del Colodro. En éste último edificio, en 1713, finalizada su restauración, fueron colocados en su retablos mayor las pinturas de los santos Acisclo y Victoria.
Otras pinturas, en el mismo edificio de la Catedral, son la Inmaculada, de la capilla de la capilla de San Pedro y San Lorenzo, y el San Miguel, en la capilla de Santa Francisca Romana, donde también trabajará en el dorado del retablo, construido por Sebastián Vidal en 1637, o el Crucificado del convento de Santa Ana.