En la Sierra de Córdoba se localiza el convento fundado por San Alvaro en 1423, en lugar conocido como Torre de Berlanga, hoy convertido en casa de espiritualidad. Del antiguo cenobio solo se conserva la iglesia y algunas dependencias, aunque muy remodeladas en la década de los setenta del siglo XX, ya que el resto fue derribado tras su desamortización en 1836.
El templo fue terminado en 1442 y profundamente reformado entre 1758 y 1763 por iniciativa del prior el Padre Ferrari. Durante la reforma dieciochesca se acomete el programa de pinturas murales que decora la totalidad de su estructura, siendo un bellísimo ejemplo de exaltación de la Orden Dominica. A lo largo de la bóveda de cañón, que cubre la única nave del templo, se sitúan escenas relacionadas con las apariciones de la Virgen a Santo Domingo y a San Francisco, así como el Tránsito de Santo Domingo y La Virgen María protectora de la Orden. En sus arcos formeros, óvalos con medias figuras de santos dominicos, y en los lunetos, en uno de los laterales, enmarcando las ventanas, figuras femeninas recostadas sobre medios frontones y, en el frontero, escenas de la Vida de San Álvaro.
En el sotocoro, situado a los pies del templo, se encuentran los cuatro Evangelistas, la Piedad y el Ecce-Homo. Se completa la decoración con ángeles con cartelas y diferentes escenas de paisajes, así como una gran profusión de motivos vegetales, que cubren los espacios vacíos, entre los que salen las cardinas.
El conjunto pictórico ha sido restaurado en diferentes ocasiones, como se puede observar por la cantidad de repintes existentes. La última intervención se realizó a mediados del siglo XX por Julio Ibáñez y Rafael Díaz Peno, al que también se debe las pinturas que aparecen en el arco del coro.